Hace tan solo dos meses el mundo de la agricultura tenía unos problemas claramente definidos, históricos, si me apuran crónicos, pero eran de todos conocidos. Las últimas reivindicaciones más vehementes giraban en torno a la recurrente polémica sobre los precios en origen y en destino, el incremento de precio en la cadena de valor hasta ver el producto en los lineales de los supermercados y se establecían diversas mesas de negociación intersectoriales para tratar de acercar posturas.
A día de hoy, un enemigo invisible, que no entiende de fronteras ni de divisiones territoriales, que no tiene predilección por uno u otro sector económico, ha dinamitado las reglas del juego, sí, hablo de la pandemia mundial COVID-19. Con más de 2,5 millones de casos confirmados en todo el mundo, y en torno a los 185.000 fallecidos, este virus ha hecho tambalear no sólo los cimientos de la sanidad de todos los países sino también su robustez económica.
Mucho se habla estos días de la situación de los millones de autónomos de nuestro país, y de sectores de la economía como la restauración, el transporte, el turismo, y tantos subsectores que en un contexto de dos meses de confinamiento sufren las consecuencias de afrontar pagos y no percibir ingresos pero, ¿qué pasa con la agricultura?
A nadie se le escapa que en tiempos de crisis e incertidumbre como la que vivimos la población tiende a hacer acopio de alimentos incluso por encima de sus necesidades de consumo y almacenamiento, pero también es cierto que los patrones de compra han variado, las necesidades se orientan a otra tipología de alimentos y la oferta y demanda tienen que auto equilibrarse a marchas forzadas en un muy breve espacio de tiempo, y el campo tiene sus tiempos.
Nuestro sector productivo, el sector primario del que tanto se habla en momentos difíciles, está haciendo un esfuerzo heroico por mantenerse a flote. Cuando accedemos a un supermercado y llenamos nuestro carro no nos damos cuenta de lo que está pasando aguas abajo en la producción en origen motivado por este COVID-19, de hecho, solo nos quejamos si el producto que queremos no está disponible.
La transformación digital, asignatura pendiente en la agricultura
Ahora no se trata de nadar a la orilla más cercana, sino de no hundirse. Miles de agricultores en todo el país tienen que hacer frente a sus actividades de producción encarando un futuro incierto y ante un cambio radical en las reglas del juego. El mercado interno no es capaz de absorber la producción debido al cierre del canal HORECA, los hábitos de compra han cambiado desde el comienzo del estado de alarma el pasado 14 de marzo, desplazando productos al ostracismo con lo que sus precios han caído en picado, mientras que de otros no hay capacidad para surtir el mercado, el cierre de fronteras y las limitaciones de tránsito y transporte internacional limitan considerablemente las exportaciones, y en este río revuelto otros países más laxos en cuanto a medidas de prevención frente al coronavirus aprovechan para introducir sus productos en mercados que antes nos eran propios.
También las normativas y regulaciones internacionales van a remolque de la actualidad adoptando medidas tardías y en ocasiones con escaso consenso, la clásica petición de IVA superreducido para productos de algunos subsectores que se ha visto aparcada y es posible que por golpes del azar se resuelva favorablemente de forma automática por los problemas y perjuicios económicos creados como medida de alivio e incentivo a esos productos y actividades, los canales de venta deben reinventarse viendo como cada vez más agricultores tienen que llevar a cabo una forzada transformación digital para hacer llegar sus productos directamente al consumidor o de la forma más directa posible en aras de reducir costes e incrementar márgenes, en definitiva, el escenario global del sector ha cambiado por completo y no es muy halagüeño.
El riego, factor clave de la Seguridad Alimentaria
Aún está por ver qué subvenciones podrán ser efectivas dado el clima mundial de recortes económicos y la viabilidad de los programas actualmente en curso, ya que gran parte de los fondos en las economías mundiales se está usando para la compra de equipos sanitarios de lucha contra la pandemia y para el apoyo mediante ayudas directas a los más desfavorecidos en muchos sectores por delante del agrícola.
Y aun así nuestros agricultores siguen produciendo, reinventándose y ajustando sus costes para poder asegurar que ese servicio esencial que es el abastecimiento de alimentos se siga prestando con normalidad. Hay falta de jornaleros, de mano de obra muy específica en algunos sectores que provenía de personal inmigrante, y que con los cierres de fronteras provoca un aumento de los costes o simplemente imposibilitan llevar a cabo esos trabajos.
Y si damos el salto a los países menos desarrollados el panorama no es mucho mejor, 265 millones de personas están amenazadas de hambruna por la crisis del coronavirus, duplicando el valor que hasta ahora manejaban todos los organismos internacionales en la actualidad previa. Una agricultura de subsistencia, la falta de acceso a materias primas esenciales, o el encarecimiento del precio de los alimentos por la ausencia de comercio internacional ante el cierre de fronteras por efecto del coronavirus, hacen que países muy dependientes de las importaciones no puedan producir internamente lo suficiente para autoabastecerse.
Además, cosechas de muchos países del mundo van a perderse o reducirse considerablemente por esa falta de insumos, no pudiendo alcanzarse la seguridad alimentaria. La solución más eficiente sigue siendo el riego, y especialmente el riego localizado, dado que las producciones que se obtienen en estos países alcanzan en ocasiones 6 veces la producción de la misma superficie en secano, pero lo atropellado de las soluciones no permite una transferencia tecnológica y dotación de medios para llevarlo a cabo de forma inmediata, y la correcta gestión de los recursos hídricos aún es una asignatura pendiente en muchos países que no tienen carencias ni limitaciones en este sentido, con lo que no ven una dirección directa en su uso localizado y racional y el rendimiento obtenido.
Los próximos meses serán cruciales a nivel mundial para conocer la orientación que se va a dar a este sector y la adaptación del modelo productivo a la nueva realidad que no volverá a ser igual a lo que ya conocíamos. Una vez superada la crisis sanitaria y cuando los árboles nos dejen ver el bosque, habrá que pensar en un sector productivo indispensable para todos y poco nombrado en esta crisis, la gente sigue trabajando las tierras, ya sea con una agricultura familiar, comercial o de subsistencia, luchando por sacar adelante un sector productivo estrechamente ligado a muchos de los objetivos de la agenda 2030 que se verá también muy tocada, que directa o indirectamente proporciona sustento económico a millones de familias en todo el mundo, y que no nos olvidemos tiene la ardua tarea de dar de comer a 7.700 millones de personas en este planeta.
Tan solo estamos viendo la punta del iceberg…
Fuente: Sergio de Román (www.iagua.es)